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Por la puerta de atrás

  • Foto del escritor: Mucho pop y pocas nueces
    Mucho pop y pocas nueces
  • 6 may 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 23 may 2020

Un repaso a la evolución de la contracultura en España


Nuestra identidad musical nacional está en movimiento constante. A diferencia de la de otros países, en España está inconmensurablemente ligada a los movimientos underground que, con el tiempo, se han maximizado y masificado. Este fenómeno cuenta con una coletilla histórica que vale la pena explorar.



“¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos? La cultura es un adorno y el negocio es el negocio” - Gabriel Celaya


La contracultura es el enemigo opresor de la cultura. Nace en las calles, en los bares y en las casas. Dos amigos, varias ideas y una mesa de mezclas. No podemos afirmar cuándo se crea ni quién es el pionero, porque a la contracultura, como al mar, no hay Dios que le ponga diques.


Cuando un grupo minoritario empieza a tomar actitudes, costumbres y formas de pensar opuestas a los principios de la cultura dominante, se está gestando la contracultura. Y en ese momento, la cultura sólo puede renovarse o morir.


Que La Zowi diga que ella es una “puta” no es chabacanismo, es renovacionismo


Que Bad Gyal lleve el pelo platino por los tobillos, Rosalía se haga la manicura kilométrica o La Zowi diga que ella es una “puta”, no es chabacanismo, es renovacionismo. Hay algo mucho más allá de extensiones y uñas de gel, algo que excede los parámetros de lo que aceptamos y entendemos, y resulta maravilloso darse cuenta de que nos está gustando.


Las mujeres que se ponían extensiones o se hacían ese tipo de manicura, hace poco más de seis años eran, probablemente, inseguras y acomplejadas; y, ¿por qué no decirlo? Unas putas. Pero todo cambia, y tanto los millenials como la generación Z estamos aceptando el ser artista como algo que se debe reinventar constantemente. 


Que “puta” pase de ser un insulto a ser un cumplido es, cuanto menos, chocante. “Al fin y al cabo siempre nos han llamado putas. A veces somos putas y a veces otras cosas, pero hay que dejar atrás los prejuicios [...] y hacer lo que te dé la gana”, afirmó La Zowi en una entrevista en EL PAÍS


Siempre hay un estereotipo o un modelo a seguir. Curiosamente, hoy por hoy en España son las artistas más contraculturales y rompedoras las que están marcando los clichés, los outfits y los ‘make ups’. Ya no son las marcas las que popularizan lo que se lleva y lo que no según la temporada, son ellos y ellas: la gente del underground.


Vídeo - túnel del tiempo: lo que somos y de dónde venimos. Producción propia.


Siempre fue la música la mejor acompañante de todas las revoluciones. Y aunque la censura dificultase en numerosas ocasiones ese propósito, los artistas siempre supieron reírse de ella. Y los acordes de las que fueron las canciones protesta en contra del régimen franquista empezaron a sonar más fuerte que nunca a finales de los 60.


Raimon, valenciano de cuna, sobrevivía al régimen con la censura de alguno de sus temas a las espaldas. Si ya de por sí era difícil ser artista en aquella época, imaginad lo que pasaba cuando lo que cantabas, lo cantabas en catalán, la lengua enemiga del régimen.


Fue el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Madrid (SDEUM) el encargado de llevar la voz del cantante a los pasillos de la Facultad de Política y Económicas de la Complutense, durante las jornadas de protestas contra la dictadura propiciadas por la repercusión del movimiento francés (aunque ese es otro tema), el 18 de mayo de 1968.


Ellos no lo sabían, pero aquel recital, al que acabarían acudiendo más de 6.000 estudiantes, supondría un antes y un después en la lucha estudiantil contra el franquismo. Y fue de la mano de la música…


Concierto de Raimon en la Universidad Complutense de Madrid, mayo de 1968. Archivo "El Alcázar", Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla.


“Hem vist la por ser llei per a tots…” (“Hemos visto al miedo ser ley para todos…”) dice “Digue’m No”, una de las canciones censuradas del valenciano. Aquel día en la universidad, Raimon se animó a entonarla; y fue el público asistente quien puso voz a la censura. Aquella tarde no se callaron, asaltaron las calles y, una vez más, muchos de ellos fueron detenidos por saltarse las normas.


A partir de entonces, los años se irían sucediendo. Y los jóvenes, al ritmo de canciones cada vez más “gamberras” se irían descontrolando en contra de un régimen que defendía unos valores con los que no se sentían para nada identificados.


1975, poco más de cuatro meses antes de la muerte del dictador, miles de jóvenes desmelenados invadieron Burgos para asistir al primer festival que se celebraba en España. “El Festival de la Cochambre”, así lo bautizaron. El pop, el rock, la psicodelia y demás estilos amenazaban ya con tomar la España más marginada.


Los 80 cayeron como una losa solemne e inexorable sobre la parte clandestina del panorama musical español. La tríada de los hermanos Urquijo había formado solo unos meses antes el grupo Tos, el primer esbozo de lo que después se convertiría en Los Secretos, junto con las baquetas y la energía aún adolescente de José Enrique Cano. Canito, como era conocido el batería, falleció víctima de un atropello la madrugada del 1 de enero de 1980. En retrospectiva, su muerte puede sopesarse como una especie de presagio macabro de la tragedia que teñiría la década siguiente (adicción, inestabilidad económica, la crisis del SIDA), y también como un pistoletazo de salida a uno de los periodos culturales más prolíficos e idiosincrásicos de nuestra historia.


Fue en el concierto homenaje a Canito donde confluyeron artistas como Alaska y los Pegamoides o Nacha Pop y parecieron materializarse ideas que durante la Nueva Ola todavía andaban en pañales. 


La Movida fue un movimiento indisociable de su inconformismo y su consecuente irreverencia


El eclecticismo de la Movida Madrileña arrancó y vivió durante mucho tiempo en los márgenes, un fuego prendido por el sentimiento de incomprensión y los ideales de transformación de una España joven, en los primeros años de transición post-Franquista. “La contracultura fue la respuesta contundente y radical a un mundo que no nos gustaba en absoluto” comenta el historiador Emilio Sola en el artículo de El País, La contracultura y nosotros, que la quisimos tanto. Fue un movimiento, por lo tanto, indisociable de su inconformismo y su consecuente irreverencia, ignorado por las masas contemporáneas y reverenciado desde la distancia, y también condenado a arder de forma intensa pero breve. 


En 1985 España se consagró oficialmente como estado democrático con su entrada en la Comunidad Económica Europea y para entonces, como comenta el doctor en ciencias de la información Héctor Fouce en su tesis, “la Movida era ya plenamente la imagen del nuevo Madrid y, por extensión, de la España moderna”. El encanto de esta dejó de ser revolucionario para tornarse caduco, y la falta de propósito diluyó lentamente su presente, aunque su herencia cultural fuera indeleble.


Audiencia en el concierto homenaje a Canito en Escuela de Caminos, Madrid, febrero de 1980. Autor desconocido.


Mientras la mecha de la Movida acababa de consumirse, en España se empezaba a producir música urbana. El primer disco de rap nacional fue fechado en 1989 y contenía los primeros temas que los grupos pioneros habían sacado hasta entonces. Se convertiría en el estallido de lo que ahora es nuestro panorama musical.


Poco a poco surgieron nuevos artistas, que fueron fusionando sus ideas más orgánicas con otras más frescas, influenciadas por la corriente afroamericana de las Costas Este y Oeste, ya que la música urbana llevaba allí años de trayectoria desde que apareciese en Nueva York, en la década de los 70. 


Allí las cadenas no oprimían. Allí, la música se tomó como la máxima forma de expresión de la modernidad. De “lo real” y de lo rompedor. Para romper las reglas. Para acabar con lo establecido. Fue el carácter reivindicativo del género lo especialmente apetitoso para la sociedad española, que aspiraba a la libertad como la meta más deseada. 


Aunque en los años 90 la música urbana comenzara a hacerse un pequeño hueco en nuestra industria, fue definitivamente en el año 2013 cuando cambió el panorama de este género en nuestro país, debido a la industrialización de este sector y cómo Internet se había apoderado del negocio. La popularidad de lo urbano vino de la mano de la aparición del grupo Kefta Boys, y estaba estrechamente ligada al momento sociopolítico de la época: los años más oscuros de la crisis cuando las alternativas políticas brillaban por su ausencia.  El estilo rompedor del Trap resultaba un soplo de aire fresco para los más jóvenes, que reclamaban cambios pero, sobre todo, pedían ser escuchados. En España, “el trap es una nueva ola, como en su momento lo fue el punk”, afirma Alegre, el cantante de El Último Vecino.


“El punk no ha muerto, se está reinventando”, y encuentra en la estridencia del trap su mejor aliado


Hay quien considera que más que un sustitutivo, es una extensión. Ernesto Castro, analista musical especializado en este pseudoestilo, afirma que “el punk no ha muerto, se está reinventando”, y encuentra en la estridencia del trap su mejor aliado, aunque muchos quieran quitarle el mérito. El hecho de que este género moleste a tanta gente, sin embargo, ya es buen indicador de que está cumpliendo su función. Tal como dijo Ana Curra, referente de la Movida, “el arte sin transgresión no es arte, es solo un producto.”


Infografía - línea del tiempo: de dónde venimos y adónde vamos. Producción propia.


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Mucho pop y pocas nueces, 2020. Proyecto creado desde la Universidad Autónoma de Barcelona.

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