Manual para conjurar la histeria colectiva
- Mucho pop y pocas nueces
- 27 may 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 9 jun 2020
(o, de qué hablamos cuando hablamos del fenómeno fan)
Israel Sanmartín, catedrático en la Universidad de Santiago de Compostela, describe al fan como “el gran olvidado de la historia de la música”, y no le falta razón. Desde Mucho pop y pocas nueces queremos conferirle la importancia que merece repasando la evolución del fenómeno fan en España. Y es que, si un artista da un concierto y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?
Como bien dice la RAE: un fan es un simple admirador, seguidor o entusiasta de algo o de alguien. Los fans, cuyo término proviene del latín "fanum" y tenía un significado religioso, siempre han estado presentes en la historia.
Las primeras pinceladas del fenómeno fan las encontramos durante los años 50 en Estados Unidos, y están inseparablemente ligadas al nacimiento de la cultura de masas. En un contexto donde los medios de difusión llegan a toda una población que ha conquistado la libertad, tras el sufrimiento por la gran depresión y la economía de guerra, grandes personajes (o personalidades) se convierten en referentes de los más jóvenes.
De la mano de una revolución de valores y de estilo de vida, surge un nuevo movimiento musical para ponerle sintonía
De la mano de una revolución de valores y de estilo de vida, surge un nuevo movimiento musical para ponerle sintonía, ritmo y melodías a la nueva era. Fue de cajón: la música siempre ha acompañado a los cambios. Así, el rock & roll se contrapone a todo lo establecido tanto social como rítmicamente; y artistas como Elvis Presley o Jerry Lee Lewis se convierten en los primeros admirados y referentes culturales. Los primeros jóvenes fans, que los escuchan por las emisoras de radio de todo el país, ven en ellos a los nuevos magníficos, revolucionarios e intocables dioses que la sociedad necesita para transformarse.
Ya entrada la década de los 60, coincidiendo con una auténtica explosión de imperativos sociales, morales, sexuales e indudablemente musicales, the Beatles y the Rolling Stones comienzan a configurar el fenómeno fan como algo más estructurado dentro de la sociedad. La fiebre que crearon los primeros entre los jóvenes a nivel mundial ha llegado hasta nuestros días. La banda rompió récords de ventas con sus discos, llenó estadios con sus conciertos y consiguió congregar a miles de fans en sus apariciones públicas en un periodo tan breve que sus propios miembros no tuvieron tiempo de digerirlo.
El reflejo más claro de esta quimera dentro de nuestro país es el Dúo Dinámico, compuesto por Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, que rompieron corazones durante los 60; o Pepa Flores, más conocida como Marisol, la niña prodigio que marcó esa misma década. Aun así, serían necesarios 20 años para que el fenómeno fan tomara consistencia real en España. Los 80 significarían el auténtico estallido a nivel nacional. “Cuando tenemos todas las necesidades básicas cubiertas, nos aparecen unas nuevas más sociales. Aquí es cuando entran en juego los fans”, afirma Ana Isabel Jiménez Zarco, catedrática y experta en marketing. Finalizada la dictadura y en plena transición hacia la democracia, las preocupaciones de la juventud, y no tan juventud, española cambiaron por completo.
Fueron artistas como Camilo Sesto, Miguel Bosé o Los Pecos los que desataron la auténtica locura entre las más jovencitas. “El fenómeno fan se lleva únicamente a las chicas jóvenes que, supuestamente, están locas con sus ídolos sin tener un patrón de conocimiento musical. Eso ha sido absolutamente denigrado por una parte importante de la crítica musical y cultural”. Que hablemos solo de jovencitas y no también de jovencitos y gente adulta es, para Israel Sanmartín Barros, profesor de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela, lo que ha desfigurado, a la vista de muchos, el fenómeno fan.
La estupefacción y el asombro no difieren de colectivos: hay grupos de adultos y chicos jóvenes que también se definen como fans
Mecano, Hombres G, Duncan Dhú, La Unión, El Último de la Fila, Alejandro Sanz, o Alejandro Magno como se le conocía entonces, Tequila, Azúcar Moreno, y muchos más que se fueron sucediendo con los años, llenaron estadios y movían masas, en mayor o menor cantidad, allá donde iban.
Y sí, la mayoría de los artistas que formaron parte del fenómeno fan más incipiente eran chicos jóvenes, auténticos ‘guaperas’, pero también hubo mujeres, como Alaska y Luz Casal. Y no, sus fans no solo eran adolescentes “locas”, sin gusto musical, que los seguían solo por guapos y por chulos. Robaron el corazón de mucha gente, independientemente de la edad. Y para muestra, un botón: a muchos de nuestros abuelos se les siguen poniendo los pelos de punta con cualquier canción de Raphael. La observación de sus orígenes y su evolución demuestra que, al contrario de lo que muchos piensan, no se trata de un movimiento exclusivamente femenino ni tampoco juvenil. La estupefacción y el asombro no difieren de colectivos: hay grupos de adultos y chicos jóvenes que también se definen como fans.
“En la historia siempre se habla de la historia desde abajo. Y, en la música, la música desde abajo es lo que falta por hacer. Hace falta estudiar la música desde los fans”. Sanmartín Barros lo tiene claro. Es importante dejar de pensar en un perfil concreto de fan para darle la explicación que creemos más lógica a lo que nació hace más de 50 años. Porque no la tiene. Ya se han empeñado suficiente en denigrar al fenómeno fan y, de alguna manera, a los artistas que lo movían y mueven.
“Emocionarse no es malo. Esta sociedad nos priva de buenas emociones, como puede ser ir a un concierto de un artista porque te gusta. Quieren que no sintamos y quienes sentimos la música la vemos como una forma de vida, de tener sentimientos.”, dice Sanmartín. Y es verdad, ser fan es estar vivo. La Monumental llenando el albero en pleno centro de Barcelona con los Beatles haciendo gritar a sus fans. ¿Qué es eso si no es estar vivo?
No es casualidad que el incremento de la construcción de salas de conciertos se diese con el aumento y popularización del fenómeno fan a finales de los 70 y principios de los 80. Hasta entonces, los más grandes cantaban en tablaos, plazas de toros y estadios de fútbol, y aunque los llenaban hasta los topes, no era lo mismo que es hoy.
En 1982, el mercado como espacio de compra físico se renovó y esto dio a los españoles una completa y libre accesibilidad a la cultura, pues incluso la población que no tenía televisor podía disfrutar de su cantante favorito.
Tener los discos al alcance de todos en cualquier lugar transportó los gustos musicales de la población, que veinte años atrás habrían pagado por ver a Camarón en una cueva de Granada, a una comercialización del arte.
No obstante, los mayores compradores de estos discos y seguidores de los personajes del mundo de la canción eran adolescentes. La industria musical se percató de que era este público más joven el que comenzaba a poseer un mayor peso para la evolución de la industria y se lanzó a fabricar ídolos diseñados a la medida de sus gustos.
Así es como comienza la explotación del fenómeno fan por parte de la industria discográfica, que permitió darle una nueva vuelta de tuerca a lo que estaba concebido como música en los años 80, aprovechando al máximo las técnicas del merchandising.
Con esto, el fenómeno fan más reconocible de esa década, pasa a ser Miguel Bosé. Representaba el fan pop sencillo que todo el mundo escuchaba. Para muchos, la copia transoceánica de lo que era David Bowie, diseñado para llenar conciertos y volver locas a las niñas.
Con el auge de “Miguel Bowie” y el fenómeno de los 80, subieron al estrellato en España dos grupos que llevaron lo que conocemos como fanatismo a lo más alto: Gabinete Caligari y Radio Futura. Fue un hito la venta de 300.000 copias del primero con su disco Camino Soria, considerado el álbum cumbre en la carrera del grupo y calificado por Lafonoteca como el mejor de la historia del pop español.
A pesar de esta exposición comercial al público y seguidores tan fanáticos, los grupos musicales siempre tuvieron aquella libertad tan típica que había consolidado la Movida Madrileña.
No obstante, con la influencia que tenía el panorama musical americano con bandas referentes como los Jackson 5, los productores de música de nuestro país vieron una oportunidad para explotar la fabricación también de grupos prediseñados para las niñas de la época.
De esta idea vemos nacer en los 90 a Héroes del Silencio y Hombres G, que a pesar de llevar formados como banda desde finales de la década anterior, empezaron a pegarse más con sus debuts ‘Maldito duende’ y ‘Devuélveme a mi chica’.
Este cambio en la industria con los grupos musicales, germina en artistas ya consagrados un deseo por reinventarse y alejarse de ese estereotipo de marca prefabricada. Así pues, a principios de los 90, el antes mencionado Miguel Bosé, decidió tomar él mismo las riendas de sus proyectos, redirigiendo su estilo hacia un público más adulto, huyendo a toda costa de ese etiqueta de ser "música de chicas adolescentes". El fenómeno fan rompe en las dos últimas décadas del siglo con la estética de lo que se conocía, ya no en España, sino en todo el resto del mundo, como los fundamentos de lo que era hacer música.
No obstante, la cara oculta de todo eso es el inicio de un proceso de acercamiento entre la cultura de masas y el mercado; ya que, como siempre ha sido en la historia de la música discográfica, las ventas y el dinero pesan más que el arte.

Público en un concierto de Hombres G, 1987. Autor desconocido.
El público no quería famosos que fueran como ellos, quería ver a personas como ellos deshacerse de la etiqueta de mediocridad
Pero, las mutaciones no terminarían aquí. A finales de los 90 los profetas pronosticaban que el Apocalipsis digital se cernía sobre la humanidad con el cambio de Milenio. Aunque los 2000 no vieron las nuevas ciudades sumergidas en el caos de millones de computadoras defectuosas, 20 años después no podemos afirmar de forma totalmente estricta que los ordenadores de la nueva era no trajeran consigo el fin del mundo, por lo menos tal y como lo conocíamos hasta el momento.
El fenómeno fan no quedaría exento de la gran revolución tecnológica, y se vio revitalizado a través del formato del talent show, algo de lo que España fue pionera con la primera edición de Operación Triunfo, que debutó en octubre de 2001. Este modelo se aprovechaba de la todavía prístina omnipresencia virtual para realizar un seguimiento exhaustivo de una generación de jóvenes corrientes en su ascensión a la categoría de estrellas. El furor que despertó en el país no tenía precedentes. El éxito del programa es quizá complicado de articular pero sencillo de comprender: por aquel entonces el concepto de celebridad estaba aún firmemente ligado a la idea de glamour y exclusividad - el público no quería famosos que fueran como ellos, quería ver a personas como ellos deshacerse de la etiqueta de mediocridad, escalando hacia la máxima altitud del prestigio en una especie de fábula del sueño americano reimaginada para la cultura del entretenimiento.
Pero, como todo, la fórmula no era infalible. A medida que pasó el tiempo, nuestro entendimiento de la realidad y de nosotros mismos se vio profundamente transformado por los filtros absolutos de Internet, y en nuestro empacho sintético lo artificial dejó de parecernos atractivo para convertirse, incluso, en algo insultante. Esto explica el declive del concepto ‘OT’ y el desierto baldío que el fenómeno fan atravesó durante la primera mitad de la década de los 2010.
Los jóvenes del momento estaban encandilados con los youtubers. Como nos los define Jiménez Zarco, “gente que se grababa en su propia casa, que te hablaba de tú a tú, con total naturalidad”. El plasticismo de los carismas arquetípicos hacía mucho que ya no atrapaba a nadie.

Amaia dando un concierto en A Coruña, 2019. Ángel Manso.
No fue hasta 2017 cuando la industria musical volvió a saltar por los aires. Nadie podía llegar a imaginarse hasta qué nivel triunfaría, válgase la redundancia, la nueva edición de Operación Triunfo, aunque la receta era la misma de siempre. La única diferencia es que ahora la audiencia no quería que pulieran en exceso a esos chavales a los que habían empezado a admirar: querían que siguieran equivocándose para poder continuar sintiéndose cerca de ellos.
Y en la intimidad que se genera entre ambos mundos, en la capacidad de identificarse con el ídolo está el secreto del nuevo fenómeno fan, pero solo si el vínculo que se forja es auténtico. Jiménez Zarco lo asevera, “la genuicidad puede exagerarse, comercializarse, pero nunca fingirse”. Cuando Amaia, con su voz angelical, canta “Además últimamente estoy hablando / Hablando con todo el mundo / Me gusta el mundo” frente a una horda absorta, no te queda más remedio que creértelo. Y, con una sonrisa, asentir.
Evolución del fenómeno fan en España. Producción propia.
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